Estoy cada día más convencida
de que mi último ex ha sido el más bonico de todos. El que después de superar
el luto, me llama y me dice: “Elenita! ¿un café?” y, a mí me encanta sentarme
con él, y contarle y que me cuente y, que se nos pase la tarde, como nos pasó
el pasado lunes, cuando quedamos para café y al final llegué a casa a las 9 y,
es que cuando estás agustico con alguien el tiempo vuela.
Aprovechando que quedé con
él, le puse al día con mis cositas y le conté lo mosqueada que estaba con un
tío al que había conocido, su respuesta me encantó: “Tú mejor que nadie sabes
que lo de ayer fue un negativo pero, como buena profesora, comprendes que un
negativo no te hace suspender la evaluación”.
El problema llega cuando,
después de un negativo, vienen unos cuantos más y, por si fuera poco, suspenden
el examen. Ahí la cosa se pone difícil y ves que el pobre crio está más cerca
del suspenso que del aprobado. Eso pasó. No había por donde coger ese examen.
Un desastre.
Una vez suspenso el examen,
valoras la evaluación: hay muchos positivos, porque empezó con ganas pero, algo
pasó al final que hizo que se despistara. Los negativos vienen de la mano de
whatshapps innecesarios, que yo no entiendo y, es entonces cuando no sé si
cortarme las venas o dejármelas largas y preguntarme a mí misma “¿Qué he hecho
yo para merecer esto?”. Es entonces cuando sale la chica borde que llevo dentro
pero, ojo, mantengo las formas, me muerdo la lengua y medito: a ver, que estás
suspenso, ponte las pilas en verano y ya veremos en septiembre pero, deja hacer
ruido porque agotas mi paciencia y buen humor y, demasiado educada estoy
siendo. Que yo no soy “la amiga de todos”, que por muy simpática que tenga la
mirada, no hay necesidad de que gastes mi batería del móvil con mensajicos que
nos llevan a ningún sitio. Que soy profesora, no animal de compañía, ¿vale?
De
nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario